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Tres novelitas lóbrigas y tremendistas de las que ya no se estilan

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SINOPSIS

Yo, señor, no soy malo —primeras letras del Pascual Duarte, de Cela— agrupa un trío de novelitas repulsivas e irresponsables de las que su autor, sin embargo, dice estar muy orgulloso y asegura que las defenderá ante cualquier Tribunal de lo Correctísimo si ante él es llamado, siempre y cuando la acusación sea capaz de admitir, de entrada y sin lugar a dudas, que motivos no le faltan a nadie para serlo. A nadie.

 

La primera novelita, Los zapatos de mi padre, es una historia adolescente de barrio y de los ochenta: de barrio obrero, de barrio pobre, de barrio hastiado, borrico, cruel, y de los 80, con número ahora, o sea de cuando se fumaba en el médico; una historia, pues, sobre chándales, drogas, pajas, baretos, conejillos de Indias, fetos por rebuscar en la basura, otorrinolaringólogos y mujeres maltratadoras que mueren sin haberles perdonado jamás la homosexualidad a sus hijos mayores.

 

Salchichas crudas, la novelita segunda, narra unas cuantas horas de un día en la vida de unas iniciales, de unas de esas iniciales criminalizantes que vemos a diario en la sección de sucesos de los periódicos, desde que son despedidas de la charcutería (buena) en la que trabajan hasta el momento en que las iniciales se plantean, en las alturas, si no sería mejor acabar de una puñetera vez con su tipografía anónima. Y terminar medio bien.

 

Por último, la novelita Días de sangre y leche la cuenta Paquito, un joven salpicado de gente enferma que se llama Porcaria, Jovino, Pladia, Trófino, Yoyaquím, Nilamón, Almodia… y que sobrevive en las aberraciones y en la locura feroz de quienes le rodean gracias a la obligación contraída, invertida y casi religiosa de alimentar a su amada madre con el néctar ansiolítico que sólo los machos de la especie humana pueden proporcionarle.

 

En fin, una delicia.

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